Biblioteca Popular José A. Guisasola



Alejandro Marcelo Guarino


El gato era una estatua de ébano y marfil contemplando al joven que sollozaba acurrucado sobre uno de los almohadones del amplio dormitorio.

Pau Shin, que había penetrado a los aposentos con pasos de libélula, depositó su mano sobre la cabeza del príncipe.

-¿Qué sucede soberano mío?-. La voz del anciano era ronca pero suave.

-He sido innoble, maestro- respondió Huang Lee, hijo de Yu Huang Lee, soberano absoluto del imperio de los duraznos en flor.

Las palabras sonaron inverosímiles en los oídos del viejo. Él, su único maestro y más grande amigo, conocía al muchacho desde sus primeros pasos.

Yu Huang Lee en persona lo había escogido para adiestrar a su cuarto descendiente en el uso de las armas y en su inmersión en el fascinante universo de las artes, las ciencias, la ética y la filosofía.

El gato bajó de la banqueta desde donde presenciaba la escena y se escurrió hacia los jardines como respetando la intimidad.

Las cortinas del recinto ondeaban como banderas en batalla.

Sin abandonar su congoja, aún enrollado sobre sí mismo como un dragón en reposo, Huang Lee, entregó al anciano un papel. Pau Shin lo tomó y nadie, ni el hijo del emperador, ni los azahares, ni los fantasmas de la dinastía Lee, pudo ver como se estremecía el cuerpo del mentor, ni las lágrimas que rodaban por su rostro mientras leía el más bello poema que hubiera arribado hasta sus ojos.

-¿Eres el autor de esto?- inquirió el profesor.

-No- respondió el muchacho- y he allí la razón de mi vergüenza. Plagié este poema.

El catedrático levantó su mano para golpear al joven pero, en su lugar, retrocedió varios pasos, como si las palabras del muchacho hubieran impactado en su pecho cual una bombarda. Era el año 1534.

-He robado este poema- prosiguió Huang Lee- de alguien que lo escribirá dentro de mil años -.

-No comprendo- respondió el maestro mientras acariciaba su larga y blanca barba.

-Si, maestro, he tomado estas letras de un sueño, un sueño hermoso y, casi, tangible donde el aroma del libro que lo contenía llegó hasta mis sentidos. Era un lugar extraño, donde el pasado, el presente y el futuro convivían. En él, y sobre una mesa hermosa, color roble, se alzaba ese libro, abiertas de par en par sus páginas cual alas de una mariposa, y, entre ellas, estas letras, las cuales pude leer
claramente y plasmar, cuando la vigilia volvió a mí, en este papel que acabo de entregarle.

Pau Shin se dejó caer pesadamente sobre otro de los cojines.
Desde la ventana y, en suaves ondas, llegaba el perfume de los azahares.

-Sé que lo único que puedo hacer para redimirme es destruirlo, maestro, pero no puedo- continuó el muchacho- sé que no soy dueño de él pero, también, sé que es lo más bello que jamás hubo brotado de mi pluma y, es por ello que le ruego que usted lo haga.

-Pero, agregó Pau Shin.

-Pero nada- respondió el hijo del emperador agravando el tono de su voz- No es una petición, no es un ruego, es una orden, destrúyalo, por favor, guía de mis guías. Es la única manera en que mi acto pueda ser absuelto y mi conciencia exonerada de culpa alguna.

-Sea- respondió el instructor, guardando el papel entre sus ropas, -destruiré el escrito y lo arrojaré a los cuatro vientos para que éstos borren testimonio y, así, aquel que fuere su verdadero autor y, por lo tanto, único merecedor de loas, sea respetado llegado su momento-.

Esa misma tarde y, antes de que Pau Shin cumpliera con los deseos del joven heredero, el palacio de la dinastía Lee fue atacado por las hordas bárbaras. El emperador, sus siete hijos y todos los habitantes de palacio fueron decapitados.

-¿De quién son esas vestimentas?- inquirió Jet Fao, entusiasmado, al ropavejero.

Tuvo que repetir la pregunta por el volumen de los bocinazos y la música que reinaba en la calle.

Un subir y bajar de hombros fue la única respuesta por parte del vendedor.

Ya en su departamento, el muchacho se probó la nueva indumentaria adquirida.

Libros, estatuas, armas antiquísimas decoraban su habitación, pero esta túnica, hecha de una tela que podía resistir el paso del tiempo como ninguna otra, llamó, especialmente su atención.

Cuando se miró frente al espejo, colocado justo al lado del televisor, vio que le quedaba algo holgada.
Fue cuando introdujo su mano en el bolsillo que descubrió el papel.

Lo Tomó entre sus manos. Parecía ser tan antiguo que, temiendo que se deshiciera, abrió un libro y lo colocó sobre una de sus páginas antes de comenzar a leerlo.

Alguien oprimió el timbre de su morada. Jet Fao absorbido por el poema, no le dio importancia. Seguramente sería otro vendedor.

Retornó el ring a hacer sentir su presión sobre el joven, atentando contra su concentración. Furioso, se incorporó para ir a ver quién era el visitante. No se llevó el libro con él, lo depositó sobre una mesita ratona color roble. El libro quedó abierto, el poema, apoyado sobre una de sus tantas hojas, como formando parte de él.


Alejandro Marcelo Guarino
Rosario, Provincia de Santa Fé



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Alejandro Guarino
Rosario, Provincia de Santa Fé, República Argentina

Blog: Te espero Juana
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